La entrevista que cambió mi destino

Historia basada en hechos reales

Autor: Erick Miranda Patiño, Fundador de la Red Académica Verano TIC y docente universitario.

Email: profesorerickmiranda@gmail.com / Canal educativo en YouTube: https://www.youtube.com/veranotic

Era un día brillante y soleado de 1992 cuando llegué al imponente edificio de la universidad privada en David, provincia de Chiriquí. El silencio del campus me envolvía, y podía sentir la tensión y el nerviosismo en el aire. Mi cita era en poco tiempo, y mientras me dirigía al edificio de admisiones, repasaba en mi mente las respuestas a posibles preguntas que me harían.

Al entrar al despacho, un profesor de mediana edad, con una mirada severa, pero a la vez penetrante, me recibió. No tardó en preguntar: «¿En qué colegio has estudiado?»

Dudé un momento antes de responder: «Estudié en un colegio público en el distrito de Barú.» Su rostro mostró una expresión de sorpresa, seguida de una ligera sonrisa irónica.

«¿Sabes que a esta universidad llegan estudiantes de colegios privados muy reconocidos en la provincia?», me cuestionó. «No veo cómo podrías competir con ellos o siquiera tener una oportunidad de triunfar aquí.»

Esas palabras resonaron en mis oídos como un desafío, no como una barrera. Aunque me sentí herido, decidí usarlas como combustible para mi determinación.

Pasaron los meses, y me esforcé más que nunca. En la universidad, me llamó la atención un grupo de jóvenes que trabajaban en los laboratorios de computación. Al indagar, descubrí que eran asistentes estudiantiles, reconocidos por sus calificaciones y habilidades sobresalientes. No dudé ni un segundo en que quería ser uno de ellos. Dediqué horas extra, noches sin dormir y mucha determinación para alcanzar esa posición. Finalmente, logré ser uno de los asistentes estudiantiles, superando obstáculos y prejuicios.

El tiempo pasó volando, y después de cinco intensos años, me encontré con mi diploma de Licenciado en Informática en la mano, con un índice académico que superaba el 2.0. Cada mañana, había viajado más de 70 kilómetros desde el distrito de Barú hasta la universidad en David, pero ese esfuerzo valió la pena.

El chico del colegio público, aquel que venía del campo, había demostrado que no importa de dónde vengas, sino cuánto estés dispuesto a esforzarte. Aquella entrevista que parecía una condena se convirtió en el motor que me impulsó a luchar y triunfar.

Un encuentro inesperado en la capital

Varios años habían transcurrido cuando, en un giro inesperado del destino, volví a cruzarme con aquel profesor que me había entrevistado. No en David, sino en la ciudad capital, y no en una institución privada, sino en una destacada universidad pública. Lo curioso es que ambos habíamos tomado caminos similares: ahora éramos colegas, docentes universitarios compartiendo pasillos y aulas.

Un día, mientras caminaba por uno de los extensos pasillos de la universidad, nuestros caminos se cruzaron. Al levantar la vista y encontrarse con la mía, una expresión de reconocimiento cruzó su rostro.

«Profesor,» comencé, «tal vez no me recuerde, pero yo fui uno de los estudiantes a los que entrevistó en la universidad privada de David. Le había contado que procedía de un colegio público del distrito de Barú.»

Un leve brillo en sus ojos me confirmó que, efectivamente, había conectado las piezas del pasado. «Claro que lo recuerdo,» admitió con cierta timidez. «Lamento mucho la forma en que lo abordé en aquel entonces. No fue justo de mi parte.»

Le sonreí amablemente, recordando aquel momento que, para mí, se había convertido en un punto crucial. «No tiene por qué disculparse,» le dije. «De hecho, le estoy agradecido. Sus palabras, aunque en su momento me parecieron un obstáculo, se convirtieron en el impulso que necesitaba. Me empujaron a superar cada barrera y a demostrar no solo a los demás, sino a mí mismo, lo que era capaz de lograr.»

Aquel reencuentro no solo cerró un capítulo pasado, sino que también abrió una nueva página de respeto mutuo en nuestra carrera académica.

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