Moscú, 4 jul (EFE).- El ballet Bolshói de Moscú presenta hoy el estreno absoluto de ‘La Tempestad’ de Shakespeare, una novedosa puesta en escena que fusiona -de la mano del compositor Yuri Krasavin y el dramaturgo y exbailarín del Covent Garden Viacheslav Samodúrov- el ballet clásico, tarjeta de presentación de esta compañía, con la danza contemporánea.
«Quería transmitir la majestuosidad de esta obra de teatro de Shakespeare. Es una pieza maravillosa que no suele frecuentar los escenarios», afirmó Krasavin en rueda de prensa, poco antes del estreno.
El trabajo en esa obra, «la última pieza de Shakespeare, una especie de despedida», fue arduo y llevó más de un año, confiesa, un esfuerzo que se vio recompensado con una partitura «bastante compleja» que demandó «gran dedicación» de la orquesta, la cual finalmente logró «dominar» la composición.
Un equilibrio en los límites
Los instrumentos dejan de afinar en el foso y se impone el silencio mientras la oscuridad se adueña de la Sala Nueva del Bolshói.
Se alza el telón y los marinos cantan a coro -en formación rectangular, estática- el monólogo de Próspero, el desterrado duque de Milán que fragua su venganza en una isla olvidada, una forma poco habitual de comenzar un ballet.
En un gesto brusco, Próspero lanza su maldición y desencadena la tormenta de luces, sonidos y movimientos que desatará los sucesos relatados por William Shakespeare hace ya 413 años.
Este ballet, la tercera colaboración de Samodúrov con el Bolshói, fue todo un reto para el otrora estrella de Ballet Real de Holanda y del Royal Opera House, ya que «es una obra difícil que busca un equilibrio en los límites entre la comedia y la tragedia».
«Puede ser interpretada en cualquier sentido de la rosa de los vientos, y a mí me justamente gusta mucho esta indeterminación», comenta el coreógrafo, que confiesa su amor por el teatro popular y el arte de masas cuyos «micro y macro universos también son inherentes a esta obra» de Shakespeare.
Es por ello que la coreografía se aparta de los cánones habituales para el Bolshói y busca un equilibrio entre lo clásico y lo profano.
Un proceso difícil
La bailarina Anastasía Stashkevich, que interpreta a Miranda, asegura que los ensayos de esta puesta fueron «los más difíciles» de su experiencia, «con alegrías, lágrimas, desacuerdos, búsquedas, hallazgos».
En particular recuerda que la búsqueda de una ligereza en sus movimientos inherente al ballet clásico se enfrentó a las exigencias de Samodúrov, que le pedía que mostrara «músculo» y diera más firmeza a la danza para tornarla más gestual.
«Es la primera vez en que compagino la danza contemporánea con el ballet clásico», asegura a su vez el bailarín Mark Chino, que encarna sobre las tablas a Ariel, el espíritu del aire que sirve fielmente a Próspero.
Según Chino, «se trata de una plástica, un movimiento, una técnica bastante inusual para un bailarín clásico que confluye con una danza que cuenta una historia. Esto es difícil de hacer, ya que no todos los movimientos son clásicos».
«Pero llega el momento en que todo se pone en su sitio y la coreografía se torna cómoda y dejas de preocuparte por la parte técnica y te concentras en el componente dramático y actoral», sonríe.
Luces, movimiento, música
A todo ello se suman los vestuarios, más de 150 diferentes, de la mano del diseñador Ígor Chapurin, y sobre todo, de la escenografía y las luces de Alexéi Kondrátiev, quien aseguró haberse inspirado en las tempestades del marinista ruso-armenio Iván Aivazovski y los intempestivos lienzos del estadounidense Jackson Pollock.
El protagonismo de la luz es esencial: los personajes surcan una escenografía minimalista, geométrica, en la que las olas entrelazadas se convierten en ojos escrutadores desde los que escapan intensos haces lumínicos que otorgan un volumen inquietante al espacio.
La magia de Próspero, un anciano con poderes casi ilimitados pero reducidos al marco de una isla -la perpetua maldición del agua por todas partes- se ve subrayada por esta imbricación de movimiento, luces, vestuario, música, en su empeño por dominar los elementos naturales -viento, agua, tierra, fuego- y los destinos humanos, dando cuerpo al montaje y la trama.
«Uno de los temas principales de esta obra es la naturaleza, el control de la naturaleza por la civilización, y pienso que esto liga muy bien con el ballet, porque trabajamos con artistas, con sus cuerpos, la expresión a través de los movimientos de sus cuerpos», resume Samodúrov.