París, 25 jul (EFE).- Los 10.500 mejores deportistas del mundo se reúnen en la considerada ciudad más bella del planeta para, juntos, alumbrar unos Juegos Olímpicos que prometen ser únicos.
Desde la ceremonia inaugural, por primera vez en la calle, a la lucha por las medallas en escenarios emblemáticos como el Grand Palais, los Inválidos o los Campos de Marte, pocas veces unos Juegos han generado tanta ilusión antes de echar a andar.
Celebrados tras la edición de Tokio 2020 marcada por la pandemia, recuperado el público para los estadios, los Juegos se presentan como un feliz paréntesis de celebración en un mapa manchado por los conflictos políticos y bélicos.
Algunos, como la guerra en Ucrania, tendrán consecuencias directas en la competición, con la exclusión del potente equipo ruso salvo por una quincena de deportistas que competirán como neutrales.
La organización de los Juegos ha sido una sucesión de decisiones valientes. La programación de pruebas en el río Sena, hasta ahora inhábil para el baño, la inclusión del ‘breaking’ como deporte olímpico, la ubicación del surf en la otra punta del mundo, en Tahití, el empleo de instalaciones ya existentes para ahorrar gastos aun a costa de alejar el baloncesto a Lille, la conversión de la ciudad en un gran parque deportivo urbano… todo en París está pensado para dejar huella.
A cambio, a la ciudad le ha costado convencer a sus habitantes de que los cortes de tráfico, los controles de seguridad o el empleo de un QR para acceder a su propia casa merecen la pena.
La seguridad será el gran reto, con el plato fuerte de la inauguración a lo largo del río. Solo para esa ceremonia habrá 45.000 agentes desplegados por la ciudad, junto a 20.000 miembros de cuerpos privados y 10.000 soldados.
«No habrá un lugar del mundo más seguro», asegura la alcaldesa Anne Hidalgo, integrante del ‘triunvirato’ responsable de los Juegos. Rara vez la jefatura de Estado (Emmanuel Macron), la alcaldía y la presidencia del comité organizador (Tony Estanguet) han estado en las mismas manos en los siete años que van desde la concesión de los Juegos hasta su presentación al mundo, algo que en París ha sucedido.
Los auténticos protagonistas, los atletas, están listos para salir a escena. A algunos solo les valdrá la medalla; a otros, con pasar de ronda; a muchos, les bastará con participar, sabiéndose ya en el grupo de los elegidos.
Vienen duelos de altura: quizá un último Nadal-Djokovic sobre la tierra roja de Roland Garros, o una primera batalla entre Kipchoge y Bekele en el maratón, o un definitivo Biles-Andrade en el gimnasio de Bercy.
Serán los primeros Juegos de Stephen Curry, los últimos de la siete veces campeona olímpica Isabell Werth, un suma y sigue para Armand Duplantis. Pero serán, además, un hito vital para los miembros del Equipo de Refugiados y para las tres mujeres afganas que han preparado los Juegos desde el exilio.
La baloncestista estadounidense Diana Taurasi puede ganar su quinto oro consecutivo, lo mismo que el luchador cubano Mijaín López. Pero detrás de cada uno de los 10.500 deportistas -por primera vez con paridad total entre hombres y mujeres- habrá 10.500 historias de superación, de esfuerzo, de trabajo y de sacrificio.
Francia confía en una actuación histórica que la coloque entre los cinco primeros países del medallero. Tiene opciones en casi todos los deportes, tanto individuales como de equipo. Y todo ello en París, su gran capital, la segunda ciudad más importante en la historia del deporte tras Olimpia, convertida durante 17 días en el mejor de los estadios. La ciudad en la que Pierre de Coubertin resucitó los Juegos está lista para dar una nueva vuelta al concepto: unos Juegos paritarios, sostenibles, callejeros. Una revolución francesa.